viernes, 5 de abril de 2013

Una Simpática Sorpresa


Por: Roberto A. San Martín/ACU
RESEÑA #ACU #Miami #Cuba
En realidad no fue una obra que fui a ver con el deseo natural de cualquier espectador que va al teatro para disfrutar de un buen rato.
Yo estaba predispuesto.
Estaba seguro de conocer todas las facetas que, como profesional, había tocado la primerísima actriz Susana Pérez, porque la conozco desde antes de iniciar su carrera, cuando era una alumna destacada de la Escuela de Formación de Actores en el ICRT, y como disfrutaba en una clase de Alejandro Lugo, o de Julio Lot, dos maestros que ya no están con nosotros.
En cierto modo mi predisposición era natural, había visto crecer a la joven actriz y convertirse en la más grande figura femenina de su generación y la había obras escritas por ella, con calidad debo decir, primero y luego llegar a ser la directora de actores que hoy es, pero jamás la imaginé como humorista, desempeñándose como actriz y directora al mismo tiempo (y los actores, los buenos actores saben lo difícil que es dirigirse a ellos mismos como actores, en cualquiera de los medios en que se desempeñan) y había un extra: iba a actuar con su hijo, del que sí conocía su destacada actuación en espectáculos humorísticos de Televisión Española que lo hicieron no sólo conocido, sino respetado entre sus colegas y querido por el mismo público que lo hizo famoso y hoy todavía lo sigue disfrutando en la serie “Aquí no hay quién viva” que parece que nunca terminará de repetirse en la madre patria, lo que sucede año tras año y, en no pocas ocasiones, dos veces en un mismo día en diferentes canales. Fue ese, el mismo toque humorístico que le impuso al personaje del siglo XIX que representó en la película “La Dama Boba” lo que lo llevó a ganar un premio de actuación en el Festival de Cine de Málaga, compitiendo entre grandes actores ibéricos.
Con esa predisposición, que disipé algo en el placentero entorno que ha creado el CCE, para que los espectadores si tienen que esperar lo hagan cómodamente, sentados en torno a una mesa, con una copa en la mano o una interesante conversación entre amigos en ese ambiente agradable, y acogedor en su sencillez y cálida atención.
Y al fin, llegó el momento.
Una linda joven nos invitó a pasar al “cubículo dos” donde se estaba presentando la obra y desde donde se escuchaban aún las risas y se veían las caras complacidas de los espectadores a la salida.
El “cubículo dos”, era precisamente eso: un contenedor –sí, no se asombre, un contenedor de barco- como otros tantos que se alinean oblicuamente creando el pasillo que crean entre ellos y un alto seto formado con no sé qué plantas, lo que prueba “mis conocimientos de jardinería”, eso sí: de un refrescantemente verde que es el único color que no cambia a lo largo del camino frente a “las salas teatrales” que están adornadas en su exterior con los brochazos y los colores con los que las hubiera pintado un niño lo que tan sólo de entrar te da un buen ánimo y te relaja –por lo menos a mi me fue bajando la tensión- preparándote, un tanto burlonamente, para lo que te espera en “la sala” con el espectáculo que vayas a ver.
Y entré, finalmente, en el “cubículo dos”, donde recibí la primera sorpresa, un televisor de pantalla panorámica y un Roberto San Martín, que, de negro y con sombrero, me recordó a Chaplin, no sé si ese era su propósito, pero lo hizo. Demostraba estar nervioso y esperaba a alguien que un minuto después –porque eso fue lo que tardó en llenarse la sala- apareció -entrando desde fuera y por medio del público- una mujer que, evidentemente, era una dama de esas que todos hemos visto por La Pequeña Habana, y que -queriendo parecer elegante- resultaba risible con su ridículo sombrero, los enormes espejuelos oscuros, una no menos destacable cartera bajo el brazo y una mascada llena de colorines alrededor del cuello, para esconder las arrugas que debía tener el estrafalario personaje, que completaba su atuendo con una blusa larga (¿un blusón?) y un pantalón de hilo que debieron haber sido “de clase” unos veinte años atrás, pero que vistiendo al personaje resultaba muy claro, sin decirlo nadie, que había sido comprado en una tienda Goodwil, quizás en Hialeah, cosa que “la dama-personaje” jamás hubiera admitido, pero que la definían muy claramente. En ese mismo instante, junto al público, rompí a reír y a mi lado, mi esposa hizo lo mismo sin para un segundo de hacerlo, y ella ríe de una manera sonora y contagiosa.
Yo tratando de frenarla a ella, para guardar “la compostura”, el público que también reía de la señora entrada en años, que no aceptaba serlo “de ninguna manera” y que “todo el tiempo tratró de mantener su alcurnia y juventud”, lo que resultaba en una actuación hilarante más allá del texto. Era la actriz.
En un momento el hijo trata de hacerle recordar que ella es “una señora” y ella responde “quiero que sepas que peso lo mismo que hace veinte años” a lo que él responde “pero las libras ahora están distintos lugares”. Ese era el momento culminante del chiste. Pero la risa comenzó cuando tratando de acomodar su ropa para “crear la imagen” que debió tener en su imaginación de sí misma, luchando y buscando “acomodar aquello” de manera distinta a lo que su hijo y todo el mundo debía ver, resultó que nos “mostraba sin una palabra” como se veía ella misma… Y sólo eso hizo explotar al público en francas carcajadas, y yo no pude controlar a mi mujer, porque yo mismo me moría de la risa.
Fueron sólo quince minutos, porque es lo que duran los espectáculos del Micro teatro, pero se repiten seis veces en la noche cada uno.
Se puede ver obras distintas en las distintas salas desde una tragedia hasta “Madre Biológica” que con Susana Pérez, como actriz y directora, compitiendo con la experiencia que tiene como actor humorista Roberto San Martín, es una obra imperdible.
Eso sí, apenas le quedan dos fines de semana para verla, porque la cartelera termina el 14 de abril. Así que son los próximo dos viernes (y hoy es uno de ellos), dos sábados y dos domingos para que baje de escena.
No debe perderse la oportunidad de disfrutar de una pequeña joya, con un gran elenco y, si como yo, no se imagina a Susana Pérez (que tantas lágrimas le habrá hecho derramar a lo largo de su carrera) hará un gran descubrimiento.
Al salir, risas aparte, tendrá que reconocer que un artista que de verdad lo es, sólo tiene como límite el cielo.
Susana me volvió a demostrar lo que yo supe desde que trabajó en una de mis novelas en la CMQ, siendo apenas una recién graduada: que tiene “El Don que Dios le regala a los grandes”. El personaje de aquella novela con la que comenzó su carrera, debía morir en tres capítulos y su calidad me obligó a reescribirlo hasta que ella lo convirtió en un “personaje protagónico”. Con esa actuación ganó el primer premio de su carrera, el que se daba a “La Mejor Actriz Joven del Año”.
Hoy tiene más experiencia y ha caminado por todos los vericuetos que la vida pone frente a un verdadero artista, pero el fin de semana pasado, viéndola representar en una obra humorística a “una señora que no quiere envejecer, ni resultar estrafalaria, ni provocar las risas” porque ella se ve a sí misma como “una dama” y alcanzando lo contrario, que era su propósito como actriz, logró hacerme pasar quince minutos agradables, que me recordaron la frescura de aquella casi adolescente, que me obligó a cambiar la trama de una novela por su actuación en la cual ganó el primer premio de los muchos que vinieron detrás. Todos muy merecidos.
Y, a pesar de mi reticencia inicial, disfruté la obra y su actuación sorprendente –al menos para mí- en es género en el que sé que muchos ya la habían visto trabajar tanto en La Habana como en Miami.
Y, aunque la dirección oficial es 1490 Biscayne Blvd. Miami, FL 33132 y el teléfono es (305) 448-9677, quiero hacerles una recomendación, si van a ir manejando, pueden parquear detrás, en el 1400 de Biscayne Boulevard donde (si dicen que van al Micro teatro) sólo tendrá que pagar $5.00 por todo el tiempo que quiera, el elevador del parqueo lo lleva directamente al lugar, y podrá estar allí, disfrutando de un suceso distinto en uno de esos “ambientes agradables escondidos” que aún tiene Miami.

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