viernes, 9 de enero de 2015

Consejo para un tirano



Por: Roberto A. San Martín
   Hay un joven que gobierna hace meses "en la pequeña oficina" desde donde controla las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior, ni López Miera ni Colomé Ibarra se atreven a hacer algo que él no haya aprobado antes, porque es el Castro que realmente (no gobierna) manda en el país. Su padre, entre tanto, lee los discurso que le escriben bajo la supervisión, y aprobación de su hijo, mientras  se despide de sus muertos sin celebrar el primero de enero.

 Siente la muerte cerca y teme al pueblo igual que su hermano le temió antes.

 El aspirante a tirano fue nombrado con el "nombre de guerra" de su tío y ostenta el grado de general que le regaló su padre hace unos meses.

  Ese es (si se lo permitimos) el "príncipe heredero", el general, que como todo rey se hará llamar Alejandro II (Castro, naturalmente.

  

   Cualquier acción hace temblar la dividida tiranía (porque cuando muere aquel a quien todos temían, los que le sobreviven quieren "tener su parte" en el pastel. Y el heredero de la familia Castro, manda a los Ministros, controla a los funcionarios represivos militares y civiles, pero no es reconocido por los otros miembros del gobierno, ni querido por sus compañeros, ni respetado por los jefes militares ''reales'' los que tienen armas y tropas de verdad, bajo su control en todas los cuerpos armados de la tiranía y son "ambiciones" y quizás el mayor peligro sea la fuerza militar más cercana y mejor armada del país: la RAM, ubicada en el antiguo Castillo del Príncipe y 
para quienes no lo sepan, la RAM es la Unidad de Combate y Represión destinada a defender el poder tiránico. Sus siglas dicen que es la (R)eserva del (A)lto (Ma)ndo, está armada, entrenada y dirigida (desde los jefes de compañía -unas pequeñas unidades que son muy móviles y pueden actuar con peligrosa independencia por militares que han estado en los distintos teatros de las guerras en las que han participado militares cubanos. Es decir sus jefes mandan, porque saben hacerlo, tienen la fidelidad y el respeto de la mayoría de sus subordinados, porque se lo han ganado con su historia personal, "nadie les regaló los grados militares" que ostentan y, además, están a unos quinientos metros del Comité Central, a unos seiscientos de las oficinas del Ministerio de las Fuerzas Armadas y a cuatrocientos de la oficina del "General" Alejandro Castro, aspirante a ser coronado como Alejandro II.

 Sólo le veo dos formas de poder evitarlo.

La primera, que no lo permitamos. 
No hay que hacer una guerra. Ellos tiemblan cada vez por las cosas más simples.

 Una valiente e inteligente artista plástica planeó poner un micrófono en La Plaza José Martí. Pidió permiso y se lo negaron. Expresó que lo haría sin permiso. La detuvieron (en realidad la secuestraron, porque a nadie le dijeron dónde estaba, le quitaron su pasaporte para impedirle "escapar de la ¿justicia?".

 Eso tuvo una tremenda repercusión, que los tomó de sorpresa y la soltaron, pero no pudo entrar a su vivienda porque la volvieron a detener. No quiero cansarlos en tres días la detuvieron tres veces, pero lo que no se supo entonces ahora se sabe. En esos tres días reforzaron las fuerzas represivas en las calles de las principales ciudades en las que detuvieron a más de mil opositores que ellos conocían. Algunas fuentes dicen que fueron miles, pero quiero dejarlo en esa cifra.

 La prensa internacional publicó la noticia, las redes sociales se hicieron eco. Y todavía no ha terminado la repercusión de esa "sencilla acción" (muy bien planeada porque no tenían forma de ganar. Si la dejaban actuar, perdían y si la detenían perdían más.

   Mucho fue el miedo que esa acción despertó en la tiranía, porque era en la calle y en La Plaza que consideran suya.  Pero en la realidad no tenían razón para reaccionar como lo hicieron. Nadie  puso, una bomba, ni hizo un atentado, ni disparo siquiera un arma. Solo se planteó hacer una presentación con las palabras del pueblo. No había provocación, no eran nada más que palabras. 

  Su manera de enfrentar este sencillo asunto, los desnudó ante el mundo.

 No supieron qué hacer. Sólo el anuncio del acto, los paralizó. La intención de poner en la calle un micrófono para que quien quisiera hacerlo hablara unos minutos, que no pasó del intento los aterrorizó. Sólo eso explica lo que hicieron. El hecho simple de que fuera "en la calle", los dejó sin respuestas, les movió el piso.

  Estas acciones, repetidas con valor y constancia pueden hacer que suceda cualquier cosa y, como consecuencia de ellas, el príncipe nunca se ponga la corona. 
No hace falta un fusil, ni una bomba, ni un alzamiento militar.

  El pueblo tiene todo el poder y "las calles son de los revolucionarios", lo han  dicho ellos mil veces, lo han puesto en vallas gigantescas y aceptamos que es verdad. Por eso "ahora son nuestras las calles". En Cuba NOSOTROS SOMOS LOS REVOLUCIONARIOS EN LUCHA CONTRA UNA TIRANIA MILITAR DE 57 AñOS.

   La segunda salida depende del grado de estupidez (que es muy alto como puso de manifiesto con la actuación en el "Caso Brugueras" del tirano de turno.
La reacción mostró a un anciano que ha perdido el sentido de la realidad e insiste en quedarse en el poder a toda costa.
Ese voluntarismo es malo para él, porque la más mínima equivocación de uno de sus "esbirros importados" del este de la isla, puede terminar en una explosión social que nadie sabe cuánta sangre dejará en las calles, entre ella también la de los Castro.

Batista les dejó un buen ejemplo: se fue en un avión de madrugada con maletas cargadas de dinero y vivió impunemente y rico hasta su muerte. R.C. puede hacer lo mismo o morirse de una embriaguez excesiva con el whisky enemigo, pero en el poder.

Eso puede provocar, la explosión popular con las consecuencias que dijimos.
O una calma chicha a la que seguirá la lucha entre sus seguidores y el fin de la tiranía con un gran costo en muertes y sangre.
 Llévese el cadáver de su hermano y guía, llévese su familia, confórmese con el dinero que ya se robó y viva tranquilo con Mariela en Sicilia. Créame es la mejor salida para usted y los suyos.

  El pueblo se encargará del resto y en cien años usted no será más que restos óseos con una extraña presencia de alcohol, una inexplicable presencia de residuos de alcohol y nadie lo recordará.
Hasta aquí llego yo. 
  Es mi mejor consejo y es sincero. Recuerde que usted pensó algo parecido frente a la tumba del bailarín español Antonio Gadez, no lejana a la de su ex esposa, en el Mausoleo del II Frente. ¿Lo recuerda? 
  Miró el sitio que tiene su nombre y que está al lado del nicho de la madre de sus hijos. Usted supo ese día que esa no era la tumba donde dormiría su "ultimo sueño" y recordó su casa de Birán, pensó en Galicia y pensó en su hermano y en sus nietos.
   
   Llévese el cadáver del "ex jefe de todo" y entiérrelo donde usted pueda visitar su tumba con sus nietos y ojalá también con los bisnietos. 

   Nadie quiere su muerte, pero no repita la estupidez de su hermano. Váyase, viva muchos años y no de entrevistas, para que nadie sepa donde está, y un día todo terminará y quizás piense cuando le llegue la hora: "Esa fue la mejor decisión de mi vida". Tendrá razón entonces.

  Si se empeña en quedarse sufrirá todo el odio, perderá a su familia y, finalmente, como todos, también morirá, pero desangrado, sus huesos quebrados por los golpes, su cara en el fango, pateado hasta el cansancio. Confieso que no me imagino cuál será el pensamiento que en ese momento horrible y final, pueda darle paz.

  Hasta  aquí llego yo. El resto le queda a mis hermanos que ahora saben que tiene miedo y que esa sensación lo paraliza. Olvídese de Alejandro II y de la sucesión. ¡Eso no pasará!

S.M.
En una tarde de enero, en Miami y sin odios, porque el tiempo
no solo borra a los enemigos que nos hicieron daño,
también nos borra a  nosotros.
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EN LA FOTO:
Raúl Castro y su hijo, el general Alejandro Castro, verdadero gobernante de la isla, aunque su cargo es el de jefe de la oficina que coordina las relaciones entre el Min-FAR y  el Min-Int.

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